Diario de Yucatán, Mérida, Yucatán, domingo 12 de mayo de 1991.
Al pie de la selva (2)
Recuerdos de Colonia Yucatán
Por Alfonso Manzanilla Ruz.
Aquellos frondosos y elevados cedros de Colonia Yucatán los sobrevoló en ese entonces el entusiasta y emprendedor Ing. Alfredo Medina Vidiella, quién tenía amplia visión del potencial económico del lugar. Y así fue. Pronto se vio en la selva un centro industrial para procesar las maderas preciosas que abundaban en esa época.
La pista chiclera de Misnebalam. Fue rehabilitada para el arribo de la moderna maquinaria procesadora de chapa, mientras tanto, desde la villa de Tizimín, camiones y obreros abrían una brecha en el corazón de la impenetrable selva para llegar hasta el campamento La Sierra y permitir el transporte de los implementos necesarios, que llegaban por ferrocarril hasta aquel incipiente centro de trabajo.
Muchas cosas de aquel entonces no las viví, pero al pasar el tiempo y a partir de los cinco años empecé a conocer el entorno que nos rodeaba: la gran fábrica era ya una realidad. Desde los cuartos de fuerza donde se alimentaban las calderas con los residuos de la madera podía ver, al frente, la figura de D. Ramiro Villalobos.
Y pasan por mi mente el entongadero con sus grúas móviles para descortezar los troncos, las mesas de transporte de chapa, las guillotinas de corte, las secadoras, la famosa prensa Francis, que despertaba en mí gran interés por su mecanismo y al oficial con que, durante 24 horas, sin parar, permitía sacar perfectamente elaborados los paños de triplay de diversas medidas, que después pasaban a las mesas de revisión y corrección.
Asimismo, recuerdo los amplios talleres de carpintería y electricidad, el almacén perfectamente equipado y los talleres mecánicos con sus tornos y mesas de diseño. El taller de maquinaria pesaba estaba a cargo de mi buen amigo y maestro Miranda, quién de regreso con los míos a la selva, solía pasar horas platicando de causa, problemas y posibles soluciones.
Muy cercana a estos talleres estaba la fábrica de duelas, lambrines y puertas, cuyos procesos llamaban mi atención, pues la selección de vetas que formaban los cortes en las maderas permitía formar mosaicos a agradables a la vista. Esta fábrica, bastante automatizada para su tiempo, fabricó en serie puertas de tambor mucho antes de que comenzara a aplicarse el mismo proceso en otras partes de la República.
Buscando el mejor aprovechamiento de la retacería de las maderas, se fomentó en breve la fábrica de aglomerados, con el amigo Ing. Francisco Morales Crespo al frente. Esta factoría, que contaba con los últimos adelantos de la automatización, de acuerdo con la ingeniería alemana, pasó en poco tiempo a ocupar mi atención durante la temporada que vivía en esa población.
La calidad de los productos que se elaboraban, dada su dureza y resistencia, pronto demostró su eficacia, y la industria mueblera los empezó a emplear con mayor frecuencia en lugar de los tablones sólidos.
El área fabril era amplia, limpia y entre la gente reinaba un ambiente de unidad para el trabajo y buena voluntad y disposición para hacer bien las cosas.
De la población recuerdo con agrado a numerosos personajes, que tenían gran importancia por el especial interés que ponían en ver que la comunidad se condujera por el camino del bien y la prosperidad. Bernabé Canché Tinal “El Tucho” era un antiguo marino que los sábados con su uniforme impecablemente blanco, sus botas negras y su quepí con las insignias de alguna trasnacional mercante, vigilaba a los niños y adolescentes en el cinema “Trópico”, cuya entrada era gratuita sábados y domingos.
El parque central estaba al cuidado de don Pascual Polanco “Don Pachul” , quién mantenía jardines, plantas y palmeras bien cuidados. El lugar contaba con amplia fuente, andenes con sillas, área de columpios y balancines, pasamanos y cancha de básquetbol, donde continuamente tenían lugar reñidos campeonatos que mantenían a la población motivada por el deporte.
El gran campo de béisbol contaba con la presencia de Jaime Contreras, Luis Ricalde “ El Chívora”, Arnaldo Rosado, “ Chivirico” Cardeña y muchos más cuyos nombres no recuerdo y a quienes pido mil perdones. Otro gran personaje del orden y la justicia era don Felipe Leal “Pancho López”, de gran volumen y peso, quién demás de agente judicial era buen músico y gran bailador.
La población contaba con un magnífico centro hospitalario cuyo pionero fue el Dr. Álvaro Muñoz Cervera, a quien muchos de cariño llamábamos “El Abuelo”. También estaba el Dr. Daniel Ríos MacBeth, que dejó el Distrito Federal para adentrarse por estas selvas benditas por Dios a practicar magníficas intervenciones quirúrgicas que le valen hoy en día una excelente reputación en toda la zona oriental, pues hasta gente de Valladolid, Tizimín y zonas aledañas llegaban a consultarle.
El Dr. Mario Lezama , quien además de músico era un magnífico médico, tocaba la guitarra y el tololoche en las reuniones que en numerosas ocasiones se realizaban en mi casa, en donde, a escondidas de mis padres, asechaba para gozar de la animación de los cantos entre funcionarios, doctores, maestros y vecinos en general.
La población contaba con flamante orquesta: La Medval, que tenía al frente al ameritado maestro y amigo familiar D. Francisco Rejón Conde, reconocido arreglista y compositor, colaborador de la musicalización del espectáculo de Luz y Sonido de Uxmal.
Era ésta una orquesta integrada por obreros en su mayoría bien capacitados musicalmente. Con flamante instrumental, elegantes trajes y atriles con sus logotipos, ponían la nota alegre durante sus actuaciones en los bailes de la población. Tal animación propiciaba que los jolgorios se prolongaran hasta las primeras horas de la madrugada del día siguiente.
La escuela “Alcalá Martín” contaba con amplio salón de actos, escenario y salones ventilados e iluminados con cupo máximo de 40 alumnos. Recuerdo los lunes con sus juras a la bandera y los desayunos escolares con sus sabrosas tortas acompañados de delicioso refresco de zapote, en una época organizada por nuestro amigo y vecino D. Manuel Perera, papá de más de 12 hijos.
En el aspecto religioso, predominantemente católico, la comunidad era atendida por la congregación de Mariknoll, impulsora de la evangelización de las zonas aledañas y cuyos integrantes emprendieron, desde su arribo, hasta hoy no superada. Recuerdo al “ Tío Denis” ( Dioniso O’brien) , a Ramón Kasperzak y a Vicente Zebroski, con quién colaboré de acólito y quién con su penetrante mirada me invitaba a tocar la campana o a mover el incensario, lo que en varias ocasiones fue causa de no pocas caídas entre las risas de los fieles. Asimismo, a Pedro Petrucci y al amigo John Martin.
De todas estas cosas y recuerdos agradables viven en nuestro corazón aquellas navidades de repartición de juguetes gratuitos a todos los niños de la población, así como las idas al rancho “Chapas”, que tenía como objetivo el de mantener bien alimentada a la población, pues tenía en existencia constante de 3 a 4 mil cabezas de ganado.
A aquellas idas de madrugada a los corrales a ver las ordeñas se sumaban la revisión de alambradas y hierras, actividades que fueron manteniendo mi interés durante mi adolescencia, por seguir frecuentando aquel lugar, donde los baños en los cenotes aledaños y las largas cabalgatas, que se prolongaban muchas veces hasta altas horas de la tarde, tenían un atractivo especial para mí al sentirme en contacto con la naturaleza.
También tenían su encanto las idas a los tumbos, a la medición de los rolos, que después serían transportados en los enormes tractocamiones, que en un principio me atemorizaban por el volumen de 40 o 50 toneladas de madera que llevaban a cuestas y el rugir de sus potentes motores. Con el tiempo y los saludos del “Gordo” Orozco también fue en aumento mi interés, por las tardes, de observar la llegada de esos vehículos.
El envío del correo, paquetería y la raya en un principio estuvo a cargo de mi buen amigo, el piloto Luís Lope Gorocica, con quién después, como pasajero, volé mucho tiempo cuando, siendo ya un profesional, trabajé en conocido ingenio azucarero, pues él era el piloto de la empresa.
Aprovecho éstas líneas para rendir póstumo homenaje al Lic. Alberto Peón Ancona, caballeroso director general de ese emporio llamado Colonia Yucatán, con cuyo hijo Carlos, me unió buena amistad. También a D. Enrique Geyne y D. Fernando Garduño, contadores de la compañía, y a la animosa y capaz maestra Elga Durán Rosell.
Existen muchas cosas aún por comentar por lo que procuraré en un próximo artículo, hacer partícipes de mis vivencias a aquellas personas que, como yo, sienten especial cariño por aquel pedacito de tierra que forma parte de la “patria chica” y que, ubicado en el oriente del estado, se ha visto amenazado por el fuego que trata de acabar con lo poco que le queda de selva, selva donde otrora se alzaban altivos, como queriendo alcanzar el cielo, los frondosos cedros que la mano del hombre taló hasta casi acabarlos.
A.M.R.-Mérida Yuc., mayo de 1991.