“Don Abraham Martín nació en la ciudad de Izamal enclavada en el corazón de la otrora zona henequenera de nuestro estado. Ahí se casó con la señora Águeda Araujo Verde con quien tuvo 7 hijos, de los cuales registró dos en Tizimín donde se encontraban las oficinas del Registro Civil y a los demás en Izamal. Sus hijos fueron Mario Leonardo, Carlos Alfredo, María Concepción, Gloria Amira, Amado Jesús, Hernando Abraham y Hébert Eloy. “
Su niñez y juventud transcurren en la ciudad de Izamal en el seno de una familia de escasos recursos económicos. Él toma la palabra, deja que su mente divague en sus recuerdos y nos cuenta:
“Nací el 9 de octubre de 1919 y me registraron como hijo natural, ya que mi papá murió a los pocos meses. Me quedé solo con mi mamá viviendo en casa de mis abuelos, quienes nos ayudaban en todo y me enseñaron a trabajar. Recuerdo que por necesidades de la familia tuve que empezar a trabajar en el campo al cumplir los 10 años. No pude estudiar más que el primer año de primaria. Me gustaba el trabajo de campo. Desde chico iba a trabajar y luego iba a una escuela particular para ver si aprendía algo, pero creo que me gustó más el trabajo. “
“En mi pueblo sólo se producía el henequén y era la actividad principal, recuerdo que durante los primeros días de trabajo en el campo me encomendé con un señor que trabajaba en los plantíos para que me enseñara el duro oficio, puesto que no había mucho de donde aprender en mi pueblo, no existían oficios ni nada, solo había algunos carpinteros. El primer día de trabajo me pagó 17 centavos por ayudarlo a cortar un millar de pencas que costaban 35 centavos, así que me pagó la mitad, pues sólo lo apoyaba y él me compensaba de esta manera que siempre me pareció justa.”
“La diferencia con la época de ahora, es que en ese entonces todo era más barato. Por ejemplo, una tajada de queso costaba 10 centavos, y además tenía un sabor un poquito mejor que los quesos de ahora, los fabricantes fabricaban cosas buenas, muy fuertes y duraderas. Conforme fui creciendo empecé a comprar mis cigarros, ya que veía como mis demás amigos fumaban, y yo no quería quedarme atrás, y como empecé a ganar dinero me sentía grande y poderoso. En ese entonces cinco cigarros apenas te costaban tres centavos. Con el paso del tiempo fui creciendo y por allá de 1932 le dedicaba tiempo al deporte allá en mi pueblo, incluso participé en unos juegos campesinos en Mérida.”
“Para eso la situación económica en mi pueblo no mejoraba, la familia no prosperaba y tuve la necesidad de salir a buscar chamba en las fincas de los alrededores, no había más ni me quedó de otra. Ya me sentía grande, aunque en realidad era muy joven y como trabajaba en las fincas incluso cargando pencas, me quedó en la cabeza la huella de ello, se me hundió una parte de mi mollera. Todo era trabajo y más trabajo. Duro y rudo, pero no pasaba a más y por eso tuve que salir de Izamal para ir en busca de mejores empleos en los poblados cercanos de Tekantó, Bokobá, Motul y otros lugares. Necesitábamos más ingresos y no lo hallaba por ningún lado, así como los braceros, salíamos a buscar trabajo, pero en Yucatán todo era igual, solo se ganaba el salario mínimo de dos pesos, y el mecate de chapeo en los henequenales se pagaba a peso del cual sólo podías hacer dos mecates y ganarte dos pesos, no podías hacer más porque los terrenos eran difíciles y muy lóbregos y muchas veces el fuerte sol y las lluvias no lo permitían.”
“Tuve que regresar varias veces a mi pueblo donde tenía mi casa; a mi mamá y mi familia que seguía creciendo, ya tenía hermanitos y no podía quedarme fuera del pueblo, había que cuidarlos y ver por ellos. Nunca me sentí desesperado, siempre he sido un hombre paciente y trabajador. A veces trabajaba cargando sascab, o maíz y otros productos en la estación de ferrocarriles, donde me ganaba a veces hasta dos pesos más. No podía vencerme. En ocasiones llegaba a Izamal algún camión de Mérida y me contrataban para ir a Tunkás a cargarlo con rolos de chacá que abundaban en esa zona y siempre nos pagaban dos pesos también. Así que juntaba cada peso que caía, y se lo daba a mi familia, peso tras peso. Esos rolos de chacá teníamos que cargarlos a pulso con los hombros, únicamente entre dos personas, para subirlos al camión, a través de maderas, era un trabajo muy pesado y muy riesgoso, pero no había más, si quería uno tener dinero para comer, e írsela pasando más o menos. Para 1938 y 1940 la situación económica estaba siempre igual, era difícil, y es cuando pensé seriamente que la prosperidad no estaba en mi pueblo y que tenía que salirme de allá aun abandonando a mi familia.”
José Antonio Ruiz Silva.
Asociación de Cronistas e Historiadores de Yucatán A.C.
Fuente: Colonia Yucatán: Decadencia y migración (La historia de sus hombres y mujeres exitosos) 2013.