Segunda parte de tres .
Nos cuenta don Abraham …
Yo tenía 20 años de edad cuando supe que había trabajo por el rumbo de Tizimín; aun sin conocerlo, ya se empezaba a hablar que se estaba fomentando una empresa y que mucha gente jalaba para allá.
Creo que todo pasa debido a algo, y como yo mantenía gran amistad con un joven vecino que andaba en una situación igual o peor a la mía, una noche mientras platicábamos en la oscuridad de la calle, entre ladridos de perros y croar de ranas, decidimos aventurarnos a dar una vuelta al oriente de estado, sin saber lo que nos deparaba el destino, la intención era luchar por salir de esa pobreza que nos ahogaba. Entonces juntamos unos centavos, se lo comunicamos a nuestras familias y una mañana mochila al hombro nos despedimos con mucha tristeza de nuestras familias y nos dirigimos a la estación donde tomamos el tren que viene de Mérida y bajándonos en la estación de Tunkás, donde se bifurcaban las rieles, esperamos el tren que nos conduciría a Tizimín. Así recorrimos impregnándonos del tizne negro que despedían las locomotoras de leña el largo tramo hasta llegar a nuestro primer destino, la Villa de Tizimín.
Llegando a la estación no nos fue difícil encontrar los indicios de la maderera, puesto que enfrente de esta se encontraba una oficinita donde preguntamos si tendrían trabajo para nosotros en ese lugar, e inmediatamente nos dijeron que sí, lo que nos causó una alegría inmensa, todavía recuerdo nuestros rostros, al principio, y acostumbrados a las negativas de trabajo, por unos segundos apenas, nos costó entender lo que nos habían dicho: sí tenemos trabajo para ustedes.
Casi de inmediato nos enteramos que no había servicio de autobuses para la Colonia Yucatán o Triplay como se le conocía y que para viajar hacia allá habría que esperar la llegada de un camión de carga que semanalmente hacía el viaje a Tizimín para la compra de víveres y otros enseres para los trabajadores de la maderera; también supimos que el camino era muy malo, prácticamente intransitable debido a la enorme cantidad de huecos y encharcamientos, y por eso no podía viajar a diario, que había camino más no carretera como las conocíamos, y que si queríamos podíamos esperar el camión que llegaría uno de esos días o en su caso había que ir hasta La Triplay, ¡ pero a pie¡ , cuya travesía podría durar hasta 3 días.
Para eso, ya teníamos hambre así que decidimos ir a comer algo mientras pensábamos que hacer y nos dirigimos a la plaza principal, a donde no alcanzamos a llegar, debido al miedo que teníamos de perdernos y solo llegamos al parque Benito Juárez . En ese entonces Tizimín era un pequeño pueblo, con casas hechas de tablones, techos de paja y albarradas, solo alcanzamos a ver una casa de mampostería cerca de la estación de ferrocarriles que era una especie de fonda donde vendían comida para los viajeros. Ahí es donde comimos algo con el escaso dinero que traíamos, y optamos por regresar a la oficina de la maderera, donde les dijimos que habíamos acordado irnos a pie a La Triplay. Justo en eso estábamos cuando observamos que llegaron a la estación de trenes unos muchachos cubiertos de lodo a quienes les preguntamos que les había pasado y de donde venían. Un tanto molestos y cansados, nos comentaron que se habían quitado de La Triplay hacía tres días; que habían dejado el trabajo porque era muy duro, que hasta para viajar era peligroso y nos preguntaron a dónde nos dirigíamos, les comentamos que al sitio de donde ellos venían. De inmediato quisieron desanimarnos. Nos dijeron que no fuéramos. ¡Esa chamba es un desastre! son doce horas de trabajo y no dan nada de comida más que frijol y tortilla y solo se ganan cuatro pesos al día después de tanto esfuerzo.
Pero no íbamos a rendirnos y no tuvimos miedo, decidimos constatarlo con nuestros propios ojos, nuestro espíritu era diferente, estábamos templados quizá con un material diferente pues cuando uno tiene metida una idea en la cabeza nada lo detiene hasta que consigue lo que quiere, y nosotros necesitábamos saber que era lo que ocurría en esos lugares donde había trabajo para todos. Después de dormir, no recuerdo dónde porque estábamos muy cansados, nos encaminamos hacia La Triplay al filo de las cuatro de la mañana. Así dio comienzo una aventura que nos duró toda la vida y nos ha dado grandes satisfacciones.
Cargamos nuestra agua en unos calabazos o chú y emprendimos nuestra caminata antes de que saliera el sol. Caminamos y caminamos, cruzamos cerca de un poblado que luego supimos era Sucopó y veíamos que todo era monte y existían a lo largo de todo el camino gran cantidad de árboles de nance de los cuales nos alimentamos. Así llegamos casi al anochecer a un rancho que nos dijeron era Xtumpech, era el único lugar donde podíamos descansar. Saludamos a los campesinos que allá se encontraban y les pedimos que nos vendieran comida. –Solo tenemos unos pimes de masa, amigos- nos dijeron y después de consumirlos, acompañados de agua de pozo, nos fuimos a una pequeña casa vieja detrás de los corrales donde nos dijeron que podíamos pasar la noche. Después de conversar con esas gentes, de conocer lo que hacían y de platicarles hacia dónde íbamos, ya con el cansancio a cuestas, nos dormimos, no sin antes acordar que al día siguientes saldríamos de igual manera a las cuatro de la mañana para avanzar un tramo más hacia Triplay.
Al día siguiente a la hora señalada y después de comer otros pimes con un poco de café, elaborado a base de tortilla de maíz quemada con un poco de azúcar, nos encaminamos de nuevo a nuestro destino. Durante esta caminata no encontramos ningún rancho, puro lodazal, había partes del camino que parecían aguadas y para no atravesarlas porque había partes hondas, teníamos que entrar al monte lleno de espinos con el riesgo que significaba encontrarnos con alguna víbora. Los caminos estaban inundados porque era la época de lluvias. Esa segunda noche pernoctamos en el monte únicamente al amparo de las estrellas que por ratos dejaban asomar las nubes de estas épocas lluviosas.
Al amanecer del tercer día, de nueva cuenta emprendimos el camino a donde llegamos a otro rancho, que apenas se estaba poblando, donde hablamos con el encargado y su esposa para pedirle que nos vendieran comida y nos dijeron “no hay nada, solo tortillas”, y para calmar nuestra hambre comimos otra vez, agradecidos. También acá nos dijeron que podíamos quedarnos a dormir, pero fuera del pequeño rancho, entonces nos mostraron un caminito y nos dijeron allá como a 200 metros detrás del corral, queda la ruina de una casita que sirvió hace algún tiempo a los chicleros que andaban por acá, creo que todavía está de pie y les puede servir para pasar la noche. Nos dirigimos hacia allá y efectivamente estaba desbaratada y faltándole muchos “huanos” en el techo, pero era mejor dormir medio protegidos que en la intemperie con el mero sereno cayendo sobre nosotros. No vaya a ser que llueva otra vez, dijimos medio en broma, por lo enlodados que nos encontrábamos, y nos dormimos enseguida debido al cansancio acumulado, y aun con un poco de hambre. Al día siguiente, siempre como a las 4 de la mañana, despertamos, tomamos agua y nos arrancamos a caminar de nuevo sobre el camino, así estuvimos hasta que como a las 9 de la mañana vimos a lo lejos algunas casas de “huano” y tablones y comentamos, creo que ya llegamos y ojalá que encontremos chamba y valga la pena nuestra caminata de tres días.
Se trataba del Campamento La Sierra y donde apenas llegamos nos dirigimos de inmediato hacía lo que parecía ser un aserradero ubicado junto a un cenote grande. Vimos gente trabajando, que estaba cortando tablas con las máquinas que hacían mucho ruido y nos atrevimos a preguntarle a un muchacho que se nos acercó, ¿oye no hay chamba por acá?, y nos contestó que no, que los que trabajan acá son fijos, son de planta, pero parece que hay chamba para cortadores de árboles en el monte si quieren. Pero y cómo, si no tenemos hacha ni nada para trabajar, me dijo mi compañero, pregunta dónde queda Triplay. De nuevo me dirigí al muchacho ¿Dónde queda Triplay? Si quieren ir allá, parece que si hay trabajo. Queda como a dos kilómetros de aquí, yendo por ese camino que va al norte. Era un camino angosto donde pasaba un truck, pero también cabían los camiones destartalados que llevaban troncos de árboles. Hacía allá fuimos porque esa era nuestra meta, rogando que allá sí hubiera chamba y no se repitiera la decepción que nos acababa de ocurrir.
José Antonio Ruiz Silva.
Asociación de Cronistas e Historiadores de Yucatán A.C.
Fuente: Colonia Yucatán: Decadencia y migración (La historia de sus hombres y mujeres exitosos) 2013.